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Micah P. Hinson and The Gospel Progress

Micah P. Hinson and The Gospel Progress

Desde hace un tiempo suena, a media voz, un nuevo nombre entre los amantes del folk más desnudo y confesional. El joven Micah P. Hinson desliza una voz impropia de su edad sobre unos temas emotivos. Un sonido simple pero envolvente. Sus canciones crecen más a lo ancho que a lo largo, y carecen de suspense y lo hacen alrededor de un motivo sencillo, generalmente de una hermosura algo lánguida que es presentado desnudo, esencial desde la primera nota (de ahí la ausencia de suspense a la que me refería). No hay innovación. Pero ¿y qué?

Considerar la originalidad como atributo de mérito en una obra de arte es un hábito relativamente moderno. Supongo que es la consecuencia de una mirada microscópica y extremadamente vanidosa del presente. En los orígenes reales de la poesía en Europa, situados en los áridos páramos de Islandia, era común y no menos valorado uno de los recursos esenciales: los kenningar.
Los kennigar son fórmulas o perífrasis para designar símbolos, conceptos o simplemente objetos en una composición poética... serían tal vez unas metáforas primitivas y marmóreas, pero lo que me interesa señalar es sobre todo su carácter de fórmulas impersonales. Así son utilizadas por todos los poetas, una especie de herramientas semánticas de índole pública. Pues bien, Micah P. Hinson podríamos decir que utiliza los kenningar del folk americano, del llamado country alternativo de los últimos 10 años. Letras breves que se repiten hasta que no queda más remedio que entenderlas.

En su desarrollo, las canciones de este disco logran momentos maravillosos, aunque en alguna escucha puedan dejar cierto regusto a casualidad. Por eso, y exagerando un poco, el mejor momento de todas las canciones es ese instante justo antes de que comiencen, cuando en el silencio lo imaginas -despeinado y con las gafas de pasta- a la orilla del río, simplemente escuchando las frases pronunciadas desde siempre por el agua, del mismo modo que entre las hazañas de Sigur Rós te detienes e imaginas al venerable Snorri rescatando los viejos kennigar que se apolillan entre resmas de pergaminos polvorientos. 

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